El trabajo colaborativo en la educación superior
- Antonio Lobato Jr.
- 20 oct 2016
- 2 Min. de lectura
Los problemas de la vida, muchas veces, encuentran su solución en la capacidad que tenemos de dialogar y hacer acuerdos. Dicha capacidad no nace con nosotros pero puede ser aprendida, desarrollada, adaptada.
En la educación superior, sin embargo, se insiste mucho más en la preparación individual del sujeto y en sus procesos aislados y aisladores de aprendizaje que en las actividades en grupo o en equipos de acción. "Es que si les pido el trabajo en grupo, algunos hacen la tarea y los demás solamente firman al final", decimos. Con esta opción ¿no nos estaríamos alejando de una de las dimensiones académicas más importantes para la formación del ciudadano, que es el trabajo colaborativo (http://www.ignasialcalde.es/el-trabajo-colaborativo-en-entornos-virtuales/)? ¿Qué señales concretos de nuestra práctica didáctica revelan acercamientos a esta forma de aprender y trabajar (https://www.ecured.cu/Trabajo_colaborativo)?

Es natural que, como profesores formados a partir de estos mismos enfoques, hayamos desarrollado una tendencia a exigir del estudiante evidencias de su crecimiento individual hacia el "dominio" de ciertos conocimientos. En efecto, desde la disposición de las sillas en los salones de clase, hasta los diplomas finales, está la tendencia generalizada a fomentar una relación individual y apartada del estudiante con el saber, como si de hecho ello fuera posible... Elaboramos (también individualmente...) un parecer sobre cada uno de nuestros estudiantes a partir de criterios que buscan constatar el esfuerzo personal, el compromiso insular y la capacidad de avanzar cada uno separadamente en la adquisición de determinadas competencias. Es más: muchas veces llegamos a establecer un clima de competitividad entre ellos que, más que abrir puertas y nuevas perspectivas de aprendizaje, los entrena a ser parte de un sistema en donde la meta es vencer al otro.
Dicha postura didáctica podrá tener su explicación y sus motivaciones. Sin embargo, seguramente aportaría mucho más a la sociedad y su transformación si estuviera acompañada de otras maneras de aprender, como aquellas que instan al estudiante a encontrar en/con el grupo las posibles soluciones para los problemas que afectan a todos. Es decir, el fomento didáctico a la construcción individual del saber está correcto... pero incompleto.
En la vida laboral, social, familiar, política, intelectual, cada vez más son las redes de relación y de colaboración las que realmente emprenden procesos de cambios y mejoras. Saber a profundidad de un campo de sus estudios, es útil y necesario, pero si este saber no es compartido con los demás y enriquecido por los saberes de quienes nos rodean, poco o nada vale. Es fundamental demostrar habilidades individuales pero es igualmente importante desarrollar capacidades de trabajo en grupo.
¿Cómo podemos, desde nuestro quehacer docente, aportar de manera más efectiva a la educación de ciudadanos colaborativos y sensibles a la necesidad de trabajar en conjunto? ¿Cómo ayudar a formar para el trabajo en equipo?
Hay experiencias muy positivas en este sentido. Ojalá los colegas que trabajan con esta perspectiva pudieran compartir con nosotros su forma de hacer docencia.
P.S.: Recomiendo la revista "Semana Educación" del mes de octubre/2016. Está muy interesante.
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